Una cultura de máscaras
Por Mauricio Vallejo Márquez
Vivimos en una sociedad de mentiras, donde se interpreta un
papel por cada individuo que se conoce. Dentro de la política, de la vida
laboral, en el ámbito familiar, dentro de cada escenario de la vida, incluso en
las calles durante nuestro acostumbrado tránsito.
Existe un rostro para el trabajo, otro para los conocidos,
uno diferente para la familia y la ocasión que desarrolle. Se muestra la gente
alegre aunque no lo esté y de igual forma si se muestra enojada, pretendiendo
no demostrar lo que de verdad siente. Cambiando sin medir consecuencias,
creyendo que se mantiene un control de todo. Hasta cuando se alcanzará para
seguir haciéndolo como si fuera algo necesario y bueno. Pero esa mentira crece
hasta transformarse en verdades para cada uno de esos individuos a los que se
les muestra una cara y que al llegar a conocer la realidad, a las personas que
estaban engañadas les resulta decepcionante, que a los estudiosos y conocedores
de la historia al final le parecerá terrible.
“Todo es relativo”, se excusan o “cada quien labra su
moral”, exponen. Pretendiendo a través de estas disculpas ocultar que vivimos dentro
de un complejo colectivo llamado sociedad en la que es esencial guardar una
ética común para que se desarrolle adecuadamente la colectividad y que al no
lograrse esos parámetros comunes de convivencia se violan leyes morales,
religiosas y legales que conllevan a consecuencias.
El niño no tiene reparos en engañar a sus amigos, lo ha visto en sus padres,
en sus hermanos mayores, en la
televisión y parece ser una costumbre aceptada en la sociedad. Los cónyuges se
engañan entre sí, sin importar las promesas que realizaron si hubo un acto
religioso que envuelve en un aura de mayor solemnidad y responsabilidad una
unión. El amigo traiciona a sus camaradas, sin importar cuanto afecto
aparentemente hayan tenido.
Y así cada individuo prefiere disfrazar la verdad, aun
siendo sólo el individuo mismo el conocedor de esa realidad en la cual, éste
tiende a engañarse pretendiendo que con la mentira se logra la tranquilidad,
porque es más complicado sostener una vida de falsedades. En cambio una vida de
verdades se sostiene sola.
Al mantener un solo rostro es menos complicado descifrar el
comportamiento de cada individuo, ya no se diga de una sociedad. Sin embargo,
el mostrarse tal cual es para muchísimos será difícil porque podrían exponer su
vulnerabilidad. Por ello seguiremos siendo una cultura de máscaras.
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