Arriba
Por Mauricio Vallejo Márquez
No puedo caminar sin ver a mi alrededor. Eso de quedarme fijo sólo en el camino no es para
tener un paso firme, sino para negar el entorno. Y eso no va conmigo. Me gusta
ver la calle, las aceras, los jardines, las casas, la gente. Me agrada que pueda
descubrir historias en sus miradas y gestos, en los movimientos que hacen y no
sentirme ajeno a la vida.
En esas caminatas me he descubierto. Me siento orgulloso de
moverme en las trincheras, de andar a pie como la gran mayoría, subirme a los
buses y de igual forma que en la calle encontrarme y ver que la gente está ahí
y tiene necesidades, sueños y vive. Encontrar a veces los tristes rostros de la
amargura, de las deudas, del nada de dinero. Al encontrarme en los buses
descubro la enorme gama de situaciones que vivimos y pretendemos callar. La
gran diferencia entre los países que he visitado, en El Salvador tenemos lo
nuestro.
Pero a veces entre todas esas cosas que vamos descubriendo
por el camino olvidamos que arriba tenemos un cielo. Al poner mi frente hacia
las nubes me percato que esa enorme bóveda celeste está ahí y no dejará de
estarlo. Veo las nubes, sus formas, su movimiento. Observo el rayo de luz que
las traspasa y el juego de luces que van pintando el cielo dependiendo de la
hora y del clima. El cielo poco a poco se torna celeste, gris, naranja,
violeta, azul, azul negro y de vez en cuando rosado o blanco. Según se le
antoje al día.
Ese cielo tiene sin rastro, el vuelo de tantos pájaros.
Bandadas de ellos se lo cruzan como pequeñas manchas negras en ese cerúleo
cielo para después desaparecer. De pronto, el cielo sólo se llena de aves y
así, pasan las horas. Una paloma se posa en un tendido eléctrico y sus
compañeras comienzan a llenar de música esos alambres, mientras la vida sigue y
a nadie se le ocurre mirar hacia arriba.
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