Desenterrar obras
por Mauricio Vallejo Márquez
Algunos miran pasar el tiempo, sin más. Olvidan con
facilidad la historia, nuestra historia y todo lo que vivimos. Yo lo vi, vi a escritores incluso olvidar a
sus coetáneos y hacer mofa incluso de sus muertes (a uno sobre todo que no
merece siquiera ser mencionado).
Vivía expectante, queriendo conocer un poco de la obra de mi
papá, saber qué escribía y cómo. Pero en tiempos de guerra difícilmente veía
algo, sin embargo un día mi tía Alba me mostró una fotocopia de Salivitas de
Cipotes, un cuento de él. Ya había escuchado de ese cuento, mi mamá me lo
mencionó en algunas ocasiones al igual que Balta o el poemario Cosita Linda que
sos. Pero mientras no viera alguno de sus escritos el deseo seguía latente y me
mantenía a la expectativa.
Sus amigos ayudaron mucho, sobre todo luego de los Acuerdos
de Paz cuando escuché historias de él en boca de Donald Paz, que era
responsable del colectivo donde estaba. Y con el tiempo fueron apareciendo
cartas, camisas, utensilios de él. Pero la obra seguía ausente. No llegaba.
Al cumplir mi mayoría de edad, mi abuela se atrevió a romper
el silencio. Mi abuela Josefina decidió que era tiempo de exhumar la obra de su
yerno.
Mi familia tuvo que mudarse en múltiples ocasiones, pero la
determinante fue cuando dejaron la Colonia Morán para dirigirse a la San Luis.
Ahí armaron un tatú donde depositaron la mayor parte de la obra de mi papá que
les fue posible. La cubrieron con bolsas plásticas y lona. Tras esto la
amarraron y escarbaron un agujero como el que nunca pudo recibir los restos de
mi padre. Enterraron su obra, como haberlo enterrado a él. A los días
construyeron una bodega sobre el lugar donde estaban los trabajos de Mauricio
Vallejo. Y yo jugué alrededor de esa bodega sin imaginarme que guardaban el
tesoro más grande que legaba mi papá.
Mi abuela decidió que rompiéramos el suelo. Con un pico comenzamos la faena. Estaba
emocionado, queriendo encontrar la obra y con la duda de si existían aún esos
papeles, porque el tiempo, la humedad, el mismo suelo podrían haber cobrado
factura. Escarbamos sin resultados, cada vez más lejos de nuestro objetivo. Mi
abuela no recordaba bien el lugar exacto, pero mi tío Luis Manuel sí. Él ayudo
a abrir el hoyo. Mientras escarbamos apareció un conjunto de raíces que
parecían formar un cuadro, y al hacerle un poco de lado estaba ahí, el paquete
estaba ahí. En medio de una urna de raíces, protegida como si el árbol hubiera
sido el guardián de esa obra.
Abrimos las bolsas, fuimos poco a poco quitando las capas
como si desnudáramos una cebolla. Y cuando los papeles salieron a luz… No sé si
se me escaparon lágrimas, pero sí que fue emotivo y que es uno de los recuerdos
más frescos en mi memoria. Llevamos el paquete a una mesa blanca de hierro
donde comenzamos a hurgar el resultado de tantas horas de correcciones, de
mediciones, de historias, de figuras que dedicó un muchacho que desaparecieron
cuando apenas tenía 23 años y que sin pretenderlo sus asesinos lo hicieron
inmortal.
Tengo esos escritos guardados en una caja plástica que
atesoro. Siempre a la espera de su publicación. Ya están hechos los diseños,
sólo falta que al fin nos animemos a mostrar y no ser otra urna como lo fueron
las raíces de aquel árbol de mango que aún sigue en el mismo lugar.
Comentarios
Pero creo firmemente que la mejor herencia que pudo èl haber dejado fuè un hijo que lleva tambièn en la sangre la poesìa y la conciencia social que junto con su madre han hecho de usted un gran hombre.
Me recuerda igualmente el dìa de nov de 1989 donde debajo de un palo de aguacate allà en la colonia Vairo tuve que enterrar mis libros de Roque Dalton, Martin Barò, Ellacurìa y otros màs porque los soldadosb se acercaban a catear nuestra casa. Nunca los pude recuperar.
Saludos desde California.
Pero creo firmemente que la mejor herencia que pudo èl haber dejado fuè un hijo que lleva tambièn en la sangre la poesìa y la conciencia social que junto con su madre han hecho de usted un gran hombre.
Me recuerda igualmente el dìa de nov de 1989 donde debajo de un palo de aguacate allà en la colonia Vairo tuve que enterrar mis libros de Roque Dalton, Martin Barò, Ellacurìa y otros màs porque los soldadosb se acercaban a catear nuestra casa. Nunca los pude recuperar.
Saludos desde California.