El equinoccio del año dos de baktun
Por Mauricio Vallejo Márquez
Somos indígenas. Somos parte de los pueblos originarios que
habitaron Mesoamérica y aún la habitan.
Recuerdo que cuando era niño escuchaba algunos compañeros
expresarse despectivamente de los indígenas y cuando alguno decía algo que no
era considerado inteligente decían: “no seas tan indio o tan grencho”. Siempre
me pareció algo feo de parte esas personas. No darle el valor que poseen a
nuestros pueblos originarios es una verdadera injusticia que por años sólo se
convirtió en una deuda que fue creciendo.
Sin embargo, ahora las cosas comienzan a cambiar, los
Pueblos originarios resurgen con más fuerza, y la gente que comienza a indagar
en la historia se da cuenta de su hermosura, dignidad y valentía.
Celebré junto a los mayas el Equinoccio de primavera. Fui a
las ruinas de San Andrés para encontrarme con mi pasado y presente. Entre las pirámides dejé que el sol me guiará
y procuré hacerme parte del pasto, de la tierra, del aire. Llegué temprano para
no sólo ver la preparación, sino la apertura para la ceremonia, ver el
ambiente, la gente a la espera. Muchos estaban aguardando bajo la sombra
mientras los Tatas se preparaban y era hermoso ver los cuatro colores
representados banderas dirigidas a cada uno de los cuatro puntos cardinales:
rojo (el día), negro (La noche), amarillo (el maíz) y blanco (Los huesos), todo
ahí dispuesto, aguardando, a la espera.
De pronto los pies de un Tata salen de área del fuego
sagrado con un cuenco de barro que emana un humo agradable. Limpia los cuerpos,
el espíritu y se balancea como un péndulo frente a cada uno. Cuando todos han
sido limpiados, el sol vuelve a abrazar con más fuerza el área de ceremonias de
San Andrés.
Es hermoso ver el vestido de nuestra gente, de nuestros
pueblos originarios, de los tatas, de las abuelas de Izalco, de cada uno de
ellos. Ver sus refajos, sus camisas y vestidos. Andando descalzos en el suelo
tan caldeado, porque el sol cada vez estaba más fuerte y sostenido, mientras
los que estábamos ahí procurábamos mantener toda nuestra atención en el respeto
para la ceremonia.
El fuego sagrado se encendió y el Tata Neto dio inicio a la
ceremonia. La gente comenzó a acercarse. La gran mayoría vestidos de blanco parecían
emular las nubes, mientras el humo del fuego sagrado arañaba el cielo. Comenzó
el agradecimiento reverenciado a los cuatro puntos cardinales.
Luego la marimba sonó. Comenzamos a bailar en círculos alrededor
del fuego, primero en el sentido de las agujas de un reloj, luego al contrario
de estas.
Llevamos velas blancas para brindarlas como tributo, además
incienso, de miel, de maíz. Y muchas cosas más, todas estas orgánicas, nada de
plástico ni envueltas. Procurando mantener la pureza.
Primero pasaron los niños y las niñas. Luego las mujeres. Al
final los hombres. Cada uno reverenciando, recordando a los abuelos y viviendo
esa experiencia que nos hace recordar lo maravilloso de nuestra gente, de su
luz, de su pureza, de su amor.
Hasta tuve mi momento para bailar junto a las abuelas de
Izalco, y sentir la calidez de cada una de ellas, la devoción y el amor a sus orígenes.
Ahí estaban en profunda armonía los pueblos nahuat y maya agradeciendo,
celebrando el equinoccio de primavera. Al finalizar nos pidieron abrazarnos,
pero no a todos, primero a nosotros mismos (algo que olvidamos en este tiempo). Tras esto
nos fundimos en abrazos todos, recordando que somos uno, que somos hermanos.
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