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El tablero y la felicidad

Joaquín Sabina cita en una de sus canciones que uno no debe regresar al lugar donde ha sido feliz. Yo confieso que para mí el tablero de ajedrez es uno de esos lugares. Esos 64 escaques o casillas me han hecho olvidar la realidad y sumarme a otro universo en el que sólo existen dos bandos, uno que apertura y otro que defiende. Entre mis primeros juguetes tengo presente un peón blanco de madera, que según cuentan le perteneció a mi papá, quien fuera jugador del Inframen y federado, además de escritor. Y en ese afán que tuve por estar cerca de mi padre ausente entré a ese mundo y a sus aficiones. Al principio nadie de mi alrededor podía jugar y así era complicado aprender, nevesitaba un maestro. Hasta que un día supe que un vecino sabía y estuvo dispuesto a ensañarme a mover las piezas. Roger se llamaba ese primer profesor. Después de forma irregular jugué y jugué. Con los años reté a Carlos Ríos a una partida en los pasillos del Cristóbal Colón y ahí surgió mi invitación a formar parte

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