Entre libros y horas

 

 

Existen días que la espera me lleva a dejar trascurrir las horas entre estantes de libros. Pero no los de mi casa, que están en abandono y acumulando polvo, sino de las librerías en los Centros Comerciales.

Entro y aspiro ese delicioso aroma a libros nuevos, a papel paciente que espera lectores y comienzo a apuntar mis ojos en esos lomos creativos y coloridos que habitualmente he leído en la biblioteca de mi abuela o que he adquirido en librerías de segunda mano. Por momentos siento el deseo incontrolable de adquirir alguno, pero el sentido común me detiene. Muchos de esos libros han llegado a mi Kindle gracias a mi amigo Wilfredo Arriola o a don Carlos Hurtado. Así que hay un millar esperando mi tiempo. Entre ellos está Todo el Capitán Alatriste. Vamos leyendo despacio y disfrutándolo. Por lo general al llegar a mi empleo tomó unos minutos antes de entrar a mis labores y leo, aunque este mes me he dedicado más a repasar mis clases de inglés (porque este idioma resulta ser una estupenda herramienta para comunicarme e incluso para buscar un empleo).

Lo que no puedo negar es que siento placer al ojear los libros, al ver sus pastas aunque estén sellados y no sea posible indagar entre sus párrafos. Todo a su tiempo. Además, por eso están a la venta. Si pudiéramos leerlos a nuestro antojo sería una biblioteca.

Mi esposa sale de su trabajo después de las 6:00 de la tarde, y en ocasiones voy a esperarla en un Centro Comercial. Aprovecho el tiempo para leer o para curiosear en una de las librerías. Así que repito la escena, saludo, entro, indago y salgo sin un libro. Al menos eso es así desde hace unos tres años (con algunas excepciones). Esas pilas de libros me parecen portales a otros universos, a retroceder en la historia o una clase para entender la vida. No sé, las alternativas son infinitas. Así como sucede en la sección infantil o de mangas, se disfrutan solo de ver la creatividad de cada ejemplar.

Igual que lo dice Jacinta Escudos en su columna de este domingo en La Prensa Gráfica, también sueño con disponer de mi biblioteca en toda su dimensión, decorada como a mí me gusta y en el espacio suficiente para no tener que regalar ni vender ningún ejemplar y solo acumular como en las novelas de Pérez-Reverte. Los libros son un tesoro imprescindible para ser mejores seres humanos.

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