Desenterrando obras
Por Mauricio Vallejo Márquez
Un homenaje es algo especial, una muestra de afecto, una
aprobación para la memoria de hombres y mujeres que han hecho algo importante,
que han peleado por algo importante. Los regímenes represivos siempre han
procurado silenciar esa memoria histórica porque les recuerdan que fueron
capaces de matar a personas que aportaban a la sociedad, personas que buscaban
justicia y a las que despectivamente llamaban "guerrinches" o
"terengos" o "piricuacos" y siguen llamando, con el mismo
odio con que siguen odiando los "rojos".
Sin embargo, la justicia llega a su tiempo y todo llega a conocerse a pesar de
los esfuerzos que se hagan por ocultarla.
Hay municipios donde esa historia sigue vive y se rememora para no
olvidar la lucha de personas por las causas justas, por la solidaridad y la
tolerancia, como sucede en Tonacatepeque,
que a pesar del tiempo y el silencio le
tiene a mi papá cariño. El 4 de julio se cumplirán 33 años de desaparecido, sin
embargo su memoria sigue presente. Se trató de silenciarlo, de olvidarlo y
aunque en algún momento así parecía, pero con el tiempo se comienza a conocer
su historia. A pesar de todo sigue vivo y seguirá vivo, siendo eterno en sus 23
años, como el día en que lo secuestraron y torturaron.
Y existe mucha razón para estar feliz porque su historia se revela,
así como muchos motivos para agradecer,
a tantos que desean mostrar su ejemplo, su obra, su memoria.
Recuerdo cuando Carlos Fajardo hizo el primer homenaje en
Tonacatepeque para mi papá. Lo preparó todo, un evento maravilloso que no
imaginamos que iba a llegar a tener tanta fuerza como la que ahora tiene. Don
Carlos sembró esa semilla. La preparó por seis meses e incluso fue incluido en
el programa de las fiestas patronales. Así como el primer homenaje que se
desarrolló en La Rayuela con mi primo Óscar Márquez y la coordinación del poeta
René Chacón en Santa Tecla, ese evento en que nos acompañó Nidia Díaz, Julio
Iraheta Santos, Roberto Quezada, Julio Bautista, Luis Angulo, Alberto López
Serrano y muchas personas más.
Ahora, el poeta Rob Escobar es el motor de estos homenajes junto
al Gremio de Artistas de Tonacatepeque y la Sociedad La Noche de Vallejo, la
llama que enciende el fuego y no deja morir sus memoria, su historia, su palabra.
Rob es alguien al que hay que agradecerle tanto, porque no sólo desea rescatar
la memoria de mi padre, sino la de Tonacatepeque y su gente. Incluso en su
honor se fundó el colectivo que coordina: La Noche de Vallejo.
El 7 de julio se realizó un hermoso homenaje en que compañeros de
ella contaron su historia. Mercedes Cañadas narró el momento en que lo
secuestraron. Ella estuvo ahí contempló esa atrocidad que el Gobierno de esos
años hacía con las personas jóvenes, los intelectuales y artistas. Luego ese
recorrido en las calles de Tonacatepeque con Rob Escobar leyendo a través del
megafono el Mero Gallo, mientras se arrojaban cohetes de vara y los jóvenes
tocaban el tambor y los pitos hasta llegar al mural que intervino Acción
Poética en su honor.
La noche del 28 de diciembre mientras avanzábamos en la procesión
y veíamos a Rob sostener su imagen, pensaba en su tesón y en su amistad. Así
como en la de cada uno de los compañeros, compañeras, amigos y amigas que nos
acompañan, que se encuentran prestos en este esfuerzo de rescatar su memoria.
Bilal Arif Portillo, mi compañero y hermano, es uno de ellos. Un
hombre que apoya la cultura y las causas justas. Él elaboró el primer
homenaje digital para rescatar la memoria de mi padre, incluso subió varias
grabaciones en las que podemos escuchar la voz de mi papá.
Esa noche era hermoso ver a mi madre feliz, sintiendo que la memoria
de su esposo estaba viva, que su lucha tenía sentido y sé que ella se sentía con
la fuerza de seguir adelante, recordándolo y en la convicción de avanzar a
pesar de la adversidad.
Yo no conocí a mi padre. Cuando lo desaparecieron tenía un año y
medio, y en ese poco tiempo no llegué a verlo mucho, según me cuentan. Él
estaba comprometido con la causa y en esas ocasiones tuvo que salir al exilio.
Así que con lo que me cuentan sus personas más cercanas como Ursula, mi mamá,
mi abuela y sus amistades he llegado a saber un poco de él. Me resulta hermoso
y me apasiona escuchar a sus amigos contando de él, diciendo pequeñas escenas
de su vida. Cuando las escucho siento que puedo saber un poco más de él.
Por esa razón los testimonios son importantes, las palabras que
dejaron sus amigos: Ricardo Alas y Nelson Guardado, que se suman a los que en
su momento dejaron Roberto Quezada, Donald Paz, Ramón Arita y José Roberto Cea.
Testimonios que ayudan a reconstruir su historia y a entenderlo. Algo que me es
grato y que agradezco infinitamente.
Algunos de ellos no han podido estar presente en los homenajes
como Roberto Palencia y Alfonso Velis, pero a pesar de la distancia siempre nos
llenan con esa hermosa amistad que nos fue legada. Palencia con su compañía y
consejos, además de La Pájara Pinta;
Velis con su apoyo y con el rescate analítico de su obra, que esperamos
un día lograr publicar.
Mi amigo Carlos Rubio Calles que nunca nos abandona, y siempre recuerda a mi padre cuando canta Guillotina. Su guitarra y su voz siempre están presentes.
Mi amigo Carlos Rubio Calles que nunca nos abandona, y siempre recuerda a mi padre cuando canta Guillotina. Su guitarra y su voz siempre están presentes.
Y a estos se suman poetas como Jorge Galán y Fernando Valverde que
lo incluyeron en una Antología de poesía salvadoreña de la editorial Visor.
Me acuerdo de esa tarde en que Álvaro Darío Lara me propuso
realizar una edición completa de Tres Mil en homenaje a mi papá. Esa vez él
escribió un editorial, Roberto Quezada y Giovani Galeas unas palabras; también
unos comentarios de Rafael Menjívar Ochoa, Ricardo Lindo y Ovido Villafuerte.
Fue hermoso y conmovedor editar y diagramar esa edición que llevaba como
portada la fotografía histórica que le tomó Luis Galdámez en los alrededores de
Extensión Universitaria en la UES.
Y no podemos olvidar que esto fue posible gracias a que mi abuela,
Josefina Pineda, en tiempos de guerra decidió conservar la obra de mi papá. No
la quemó o desapareció como lo hizo en su momento mi familia paterna. Se jugó
la vida guardándola. Esa tarde en que
desenterramos la obra junto a Alex Guardado, Godofredo Carranza y Atxil Josa en
el patio de mi abuela fue uno de los días más hermosos de mi vida. Decía el maestro
Godo "Ya podemos decir que se desentierran obras, maestro".
Ahora creo que esas palabras son cada vez más ciertas, y paso a
paso seguiremos en esa lucha de mantener viva su memoria hasta que conozcamos
toda la verdad, así como la de esas miles de víctimas que la represión quiso
silenciar.
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