Ver pasar la vida

por Mauricio Vallejo Márquez

Al llegar al centro de la calle, justo donde dan inicio los cuatro caminos de la cruz calle, el sol apenas me hería. Parpadeé y puse de visera mi mano. Ya la tarde le daba mucha pereza seguir sosteniendo el sol, y poco a poco se venía la noche. Veía pasar los carros como se ve pasar el día, sin razón, sólo el hecho de observar cómo sin sentido.
Tenía diecisiete, a esa edad uno siente que el mundo sólo tiene sentido si uno hace su voluntad . Y demasiada voluntad en la mano de un joven es como llevar una granada sin seguro. En fin, veía pasar la tarde sin razón. Quizá pretendiendo tener en exceso eso que tanto queremos ahora: tiempo. Porque en esos años bastaba sentarme afuera de mi casa y sonreírle a la luna mientras escuchaba los innumerables diálogos de los vecinos, que sin querer iban contando su historia. Los veía ir y venir, sus gustos, sus ataduras y a veces sus mentiras. Sólo con sentarme ahí para observar, como se ve la televisión o se escarba en internet, no sé.
Entre todas las historias que vi, ninguna resulta tan recurrente como la que me llevó a escribir La Espera. Una historia que viví y aún recuerdo como si siempre permaneciera, esas búsquedas que cada cierto tiempo vuelven a llegar a uno. Y claro hay tantas más que llegan por llegar. En esos años las calles eran nuestros centros de juego ante la ausencia de parques. Aunque los había. Y en ellas veíamos pasar a la gente, las historias y la vida. En esos lugares aprendí a ver la vida como lo que es. Veía que el tiempo no existía, aunque avanzaba. No me preocupaba la muerte, porque estaba en la edad de la inmortalidad.

Con los años me fui percatando que la vida no era comprensible. Aunque le dedicáramos horas a estudiarla, y aunque comprendiéramos fragmentos. Y ahora al volver a esa cruz calle y ver que el sol sigue comportándose igual, sé que yo ya no soy el mismo, ni la calle y menos la sombra. Sobre todo porque ahora observar tiene una perspectiva distinta, el sólo hecho de la vida.

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