Julio y Fabieli

por Mauricio Vallejo Márquez


Julio me recuerda muchos amigos, aventuras y sueños. Julio tiene ese rostro simpático que guiñe ojos y dice aquí estoy para que recuerdes y te de el mundo giros y aperturas. Así es como empiezo a labrar anécdotas que se van haciendo historia y llegan a armar otras historias.
En julio llegué a conocer a uno de los personajes más curiosos de mi vida, un tipo que sin quererlo se convirtió en un gran amigo. Era escultor y un verdadero soñador, era Antonio Fabieli.
A Fabieli le gustaba el café y la mariguana. Nada raro para un artista, pensaba. Claro, con la estigmatización que se tiene se piensa así. Pero Fabieli era uno de esos tipos que de por sí ya habitan otro mundo, a esos seres le llaman locos. ¿pero será que los locos en realidad somos los cuerdos?
Preparábamos café cubano, porque Fabieli era esa mezcla de nacionalidades Italiano-cubano-estadounidense que había vivido casi toda su vida como hippie, por eso estaba acá en El Salvador. Se había venido caminando desde el enorme país del Norte.
No podía moverse con facilidad en el país, le costaba entender nuestra cultura. Claro que pretendía hacerlo, en esos años gobernaba Armando Calderón Sol y al parecer le agradaba a Fabieli.
“Este tipo vale la pena, quiere la unión de Centroamérica”, me decía. Yo tenía mis dudas, Calderón Sol era un presidente de Arena y de por sí pertenecer a un partido político es tener una mirada parcial de la realidad, aunque también una verdad. Nunca logró convencerme, pero lo intentó.
Tenía sus gracias, Fabieli. Hablar con él era ver el mundo como un desentendido del sistema. No le importaba la marca de la ropa, ni si los zapatos eran los estéticos o de moda. Le importaba estar vestido y calzado aunque los zapatos le quedarán de canoa. Lo que no podía faltar en él era el cigarro y el café. ¿Y la mariguana? No era de fácil acceso para él. Así que no lo vi fumarla, aunque sí hablar maravillas de ese monte mágico que hace perder la realidad por otra realidad.
Una vez, un amigo le hizo trueque, le dio una bolsita de tabaco para pipa haciéndole creer que era mariguana. Fabieli iba emocionado cortando la última página de una Biblia para comenzar el ritual, pero la nube de tabaco era densa y dura. Gran decepción, estaba todo triste y molesto. ¡Ah, Fabieli!
En esos años no detectaba los locos y aún ahora me resultan tan simpáticos cuando vuelan. Claro que los violentos y mal intencionados no me parecen agradables. Fabieli se tomó su tiempo y decidió regresar a su patria. Se fue dejando un proyecto inconcluso, aquel famoso festival medieval. 
Fabieli me dejó varias enseñanzas, pero la principal: seguir mi camino.
Eso es lo hermoso de aprender a observar, cualquier persona nos enseña mucho.


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