Embriagado de cielo en la cuesta




por Mauricio Vallejo Márquez

Subo la cuesta. Antes esta calle era más empinada y polvosa, se desprendían piedras y trozos de ladrillo. Hoy está asfaltada y hasta acera tiene. Justo en la esquina se erguía una cantina, tenía todo un séquito de alcohólicos que coqueteaban con la fantasía como si seducieran a una hermosa coqueta que se le escapa cada vez que tiene sobriedad.
Tantas veces que subí esta cuesta, por la madrugada, a medianoche, por las tardes. La conozco bien, tanto que incluso podría subirla con los ojos cerrados o como a veces hago: limpiando mis lentes. 
La pared de ladrillos de barro me hace recordar esa ladrillera que estaba a la entrada de Tonaca, que ya no queda más que en el recuerdo.

Y subo, termino volando. Sueño cada vez que tomo la cuesta, tal y como lo hacían aquellos ebrios de realidad que dibujaban la fantasía al rededor del alcohol. Yo en cambio, me embriago de cielo.

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