La noche de Vallejo

Cada visita a Tonaca me resulta emotiva. Llego a sentir que voy a visitar a mi papá y claro con tantas muestras de afecto de sus coterráneos y amigos es evidente de que Mauricio Vallejo vive en Tonaca.
Cuando era pequeño esperaba que durante la noche llegaría e incluso lo imaginé en múltiples ocasiones de pie frente a mí, apoyado en el dintel de la puerta con una camisa roja. Esa fantasía infantil quizá ayudó a superar su ausencia, así como el conocer de él a través de sus amigos y de mi familia materna. Ya no se diga cuando tuve sus escritos en mis manos. Tenía 18 años cuando mi abuela Josefina consideró que era tiempo para sacar el tesoro que ella junto a mi abuelo Mauro enterraron en el jardín de la casa y donde luego construyeron una bodega. Junto a unos amigos rompimos el piso y comenzamos a cavar, pero el lugar exacto se había olvidado, pero mi tío Luis Manuel aún recordaba. Encontramos los escritos que estaban cubiertos por las raíces de un árbol de mango.
Es lamentable que seamos un país sin memoria, que olvida con facilidad o que sume en el silencio la historia. Mi papá al igual que sus coetáneos mártires sufrieron por años el silencio, pero todo tiene su tiempo y sus vidas y obra poco a poco comienza a ser conocida.
El sábado 6 de julio fue un momento para sentir la cercanía de mi padre gracias a los amigos del Gremio de Artistas de Tonacatepeque, La Sociedad La Noche de Vallejo y de todos sus amigos. Así como el apoyo de la Asociación Cultural Islámica Shiita de El Salvador, Ediciones la Fragua y Diario Co Latino.
Cuando llegamos a Tonaca vimos el rostro de mi papá en los postes y luego una exposición de fotografías en la sala de exposiciones del Centro Cultural El Mesón. Sólo sentir esa fuerza, esa solidaridad ese amor a la memoria de Mauricio Vallejo, era tan emotivo.
Me conmueve encontrar en la gente de Tonaca tanto cariño para mi papá, no sólo por su obra en la que siempre estuvo presente su amada Tonaca, sino por su calidez humana, por su solidaridad, por ser un hombre humilde y que se llevó bien con todos. Una persona que logra eso es algo de admirar, y es una razón por la que admiro a mi papá, que ha tenido amistades tan fuertes que trascendieron la muerte, tan fuertes y estrechas.
Éste sábado tuvimos la oportunidad de escuchar historias de él gracias a su amigo, el actor y director de teatro Donald Paz, quien fue el coordinador del colectivo artístico en el que mi papá trabajó y que ahora habita en Francia. Contó anécdotas graciosas como el día en que se tomaron un árbol de mango en la UES cuando protestaban por ciertas injusticias de la época, también como realizaron la obra Un solo golpe al caite que mi papá escribió el guión, de como realizaron grabaciones con música y poesía. En fin contó como era mi papá en ese ambiente de amigo, de artista y revolucionario.
La poeta Ana Mercedes Cañadas de Navas estuvo junto a él el día en que lo secuestraron y contó como se desarrolló el evento, algo que nunca pudo hacer Francisco Andrés Escobar, quien estuvo justo a la par de mi papá cuando ocurrió esa tragedia. En Cambio ella, tuvo la valentía de contar con lujo de detalles la escena, aunque estaba a unos metros.
Mi mamá y abuela se encargaron de contar la vida íntima de él. Mi abuela fue su maestra en el Inframen y mi mamá, su esposa. La mamá de mi papá murió hace algunos años y por eso no pudo acompañarnos.
Luego del conversatorio se leyeron poemas de él, distintos poetas y amigos como Rob Escobar, Bilal Portillo, Jorge Canales, Erick Jalagua, David Duke y por supuesto La Sociedad La Noche de Vallejo.
Tras esto Se desarrollaron dos piezas de danza, y mientras se daba todo el evento Carlos Córdoba realizó una magnífica puesta en escena de estatuismo.
La música también estuvo presente con la maravillosa voz de Margarita Navas Cañadas que fue acompañada por la guitarra de Diego de Tonaca.
Tras el recital se realizó una procesión por las calles de Tonacatepeque en la que se leían los versos de Mauricio Vallejo. Rob Escobar se detenía en cada esquina y con megafono en mano leía: “Yo soy el mero gallo, de mi pueblo... sí señor...”. Los postes del camino se llenaban del rostro de Mauricio Vallejo y sus versos: “Nací para desobedecer lo establecido”. Y en cada esquina dejaban escapar al cielo un cohete de vara. La gente llevaba velas en sus manos. Hasta que llegamos a la casa que habitó mi papá y donde Acción Poética- Libertad Poética pintaron un mural en su honor. Allí dejamos las velas como un recuerdo a su memoria y la promesa de no olvidarlo jamás.



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