Esas maravillosas diferencias

por Mauricio Vallejo Márquez

El mundo es uno. En toda su anchura y dimensiones conforma un inmenso conjunto de unidad en el que existe diversidad de colores, formas y tamaños. En el que no podemos negar que existen diferencias, las que vuelven único el conjunto, a pesar de toda la variedad. Y eso es difícil de aceptar para algunos, quienes preferirían la monotonía de las sociedades porque les resulta impensable que existan diferencias, y padecen de racismo y xenofobia. Así como sucede con algunas sociedades al norte de nuestro país que aún ven con desprecio a latinos y afrodescendientes. El mundo no es una industria en la que se producen humanos como modelos en serie. Cada individuo es diferente, así como lo demuestran sus orejas y sus huellas digitales.
Sin embargo, el señalar las diferencias como algo no bueno resulta usual, pretendiendo mostrar los defectos de cada raza o nación, o infundirla aunque no exista. Crearla como lo hicieron los nazis y se ve en la teoría de la aguja hipodermica, y cuyas ideas aún persisten incluso en nuestro país. Nadie está exento, sobre todo por la influencia que los medios de comunicación tienen acerca del tema. En donde vemos sin ninguna regulación los vicios y defectos de la humanidad. Y cada año resultan menores los filtros, ya todos tienen acceso a programas sin regulación en el cable. Basta quedarse un par de horas despierto para que menores de edad puedan ver estos escenarios de odio.
Y mientras tanto esas hermosas diferencias son negadas e invisibilizadas, diferencias que son como las del cuerpo humano, el cual posee distintos miembros y órganos que resultan necesarias para su funcionamiento.
Así es el mundo también. Lleno de diferencias necesarias no sólo para visualizar las distintas culturas y costumbres, porque son fundamentales para el enriquecimiento de la sabiduría, la economía, el arte, el deporte y la política. Cada uno de estos pueblos aporta a la humanidad.
No podemos negar que estas diferencias, habitando en simbiosis, nos enriquecen; nos hacen mejores. Y que al contrario rechazándolas con ese gesto terrible nos llevan al retroceso, a la derrota y al reproche como lo demostró la Alemania de Adolf Hitler, cuando en su ciego odio por lo diferente pretendió destruir a los judíos y exterminó a más de seis millones en los campos de concentración. Claro y eso lo hemos vivido acá cuando en 1932 el general Maximiliano Hernández Martínez hizo lo mismo con buena parte de los indígenas de Izalco. Penosa sombra de nuestra historia que no debemos olvidar y que se debe aprender de ella para no repetirla, en lugar de celebrarla como hacen algunos.
Porqué no podemos aprender de esos maravillosos años en España cuando musulmanes, judíos y cristianos vivieron en armonía y paz. ¿Es acaso tan dificil?

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