El bostezo de Darío
por Mauricio Vallejo Márquez
El cine Darío abrió su boca, ancha para describirse por dentro con dolor. La puerta muestra sus paredes lóbregas que aún guardan a la distancia el recuerdo de esos días cuando sus salas exhibían películas de mediana calidad, antes que las tres equis fueran su sostén. Es la única puerta, todo lo demás está sellado, guardando historias que no vi o que no me llevaron a ver, porque este cine era un misterio para mi.
Ubicado en la calle Rubén Darío, en el centro de San Salvador, pudo ser algún escenario perfecto para actividades culturales y en cambio está vacío de ello y alberga cajas y polvo como la gran mayoría de los que habitamos en nuestro país, cruzando las calles sin saber quienes la surcaron antes y porqué y cuándo o quién fue el primero. Mientras el cine Darío yace a la espera de "...te voy a contar un cuento".
El cine Darío abrió su boca, ancha para describirse por dentro con dolor. La puerta muestra sus paredes lóbregas que aún guardan a la distancia el recuerdo de esos días cuando sus salas exhibían películas de mediana calidad, antes que las tres equis fueran su sostén. Es la única puerta, todo lo demás está sellado, guardando historias que no vi o que no me llevaron a ver, porque este cine era un misterio para mi.
Ubicado en la calle Rubén Darío, en el centro de San Salvador, pudo ser algún escenario perfecto para actividades culturales y en cambio está vacío de ello y alberga cajas y polvo como la gran mayoría de los que habitamos en nuestro país, cruzando las calles sin saber quienes la surcaron antes y porqué y cuándo o quién fue el primero. Mientras el cine Darío yace a la espera de "...te voy a contar un cuento".
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