Hasta marcarle tarjeta a la vida

Escribo. Sí, escribo. Y no hay nada que disfrute tanto como hacerlo, sino es vivir para tener ese material que permite seguir escribiendo, así como leer. Sin embargo, escribir resulta maravilloso, y lleno mis horas de eso.
Comencé pequeño, era un juego para mí en el que podía crear historias, cabalgar sueños, morder tiempos. Era quien quería.
Tenía algunos muñecos y con estos creaba historias que poco a poco fui dibujando y luego escribiendo. En esto fueron tremendos cómplices mis abuelos Mauro Márquez y Josefina Pineda de Márquez. El primero por su apoyo en las ilustraciones y la paciencia de leerlos o escucharlos; la segunda por darme la entrada a esa dimensión fantástica de las letras.
Esas noches de toques de queda, la ofensiva final y tantas más sirvieron para que mi abuela a la luz de una vela me tendiera la mano para no volver a salir del mundo de la literatura y de la poesía.
Y entonces los cuadernos se hicieron pocos para escribir, para ir bordando instantes con tinta.
Al aparecer la computadora no pude dejar el filtro de escribir directamente en la computadora a no ser un artículo o ensayo. Los cuentos y los poemas primero los plasmo a mano en un cuaderno donde los tachones y líneas montadas dan razones de mapas, como una geografía que me lleva por la vida como si fuera un viaje.
Pero leer, eso es algo tan mágico también. Ahí entramos en los mundos y vidas que otros autores se dieron a la tarea de descodificar para nosotros, aún siendo insinuaciones o verdades a media.
En este día, como siempre, escribo. Sin dejar de hacerlo, aún con las ocupaciones, los estudios, la vida. Es algo inevitable que al parecer seguiré haciendo hasta que me toque marcarle tarjeta a la vida.

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