Un libro, un sueño

por Mauricio Vallejo Márquez

Un libro nos lleva a viajar. Al pasar cada una de sus páginas nos vamos adentrando a un mundo en el que no existimos, pero estamos. Nos vamos sintiendo parte, sobre todo si el autor tiene la habilidad de darnos pertenencia.
Hay libros de libros. Esos que comenzamos y no podemos parar de leer. El primero que me provocó eso fue Andanzas y Malandanzas de Alberto Rivas Bonilla. Iba a tercer grado y me lo habían dejado de tarea, pero al tomar ese libro sentí que me habían dado permiso de divertirme. Me leí la obra de corrido, y tras cerrar el libro, volví a sus páginas no sólo esa tarde, sino muchas más.  Me sentí cómplice del buen Nerón y todas sus peripecias, de su tristeza (de la que no se percataba). Me hizo ver a los perros de otra manera.
Otro libro que disfrutaba releer era David Copperfield. Una hermosa novela de Charles Dickens, que aún ahora que evoco su nombre siento la dulzura de esos días. Este libro nunca fue una tarea, revisaba entre los estantes de la biblioteca de mi papá. De pronto aparece una edición juvenil ilustrada. Hojee sus páginas para ver las ilustraciones y me encontré con esa maravillosa entrada. Me identifique con su personaje y hasta veía coincidencias entre su vida y la mía. Eso no tiene precio. Gracias a esta edición busqué la completa y poco a poco me fue haciendo un devorador de historias, de Dickens, de Melville, de Salarrué y de otros tantos que la lista se alargaría más de lo necesario. Lo importante era leer.
Me encantaban las historias, quizá porque mi abuela Josefina se pasaba las noches de toque de queda contándome historias de Grecia, Egipto y respondiendo mis interrogantes sobre dichas mitologías. Esas noches en las que las velas se agotaban sin darnos cuentas me llené de tantos hechos, vi tantas cosas, me imaginé a sus personajes que se grabaron tanto en mí. En la ofensiva de noviembre de 1989 recuerdo a don Mincho contándome leyendas también. Y hasta la fecha me sigue cautivando eso, la anécdota, el acto simple de narrar, de compartir vidas, visiones.
Siempre agradeceré un buen libro, sobre todo uno que me haga vivir la historia, que me haga palpar su ambiente, sentir el aire de la historia, descubrir la sombra de sus personajes deambulando en sus escenarios como si los tuviera frente a mí. Leer seguirá siendo la invitación a construir sueños con sólo comenzar a leer la primera palabra que da la bienvenida a una historia.

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