Los duendes de agua
Por
Mauricio Vallejo Márquez
Cuando
era niño vi como pequeños duendes de agua entraban y salían de una corriente
de agua. Pequeños, quizá del tamaño de uno de mis antebrazos, delgados y todos
ellos líquidos, tomando el color del agua, si estaba llena de tierra, entonces
tenían ese color también. Jugaban de entrar y salir en la corriente. Era un río
que tomaba como cuenca una ancha calle de tierra.
Había
ido a comprar tortillas y tras surcar con cuidado el inoportuno río aguardaba
bajo el techo de lámina mientras sonaban las gotas en el techo de aluminio
mientras el agua bramaba.
Fue la
primera vez que los vi sin saber si lo había soñado, porque en esos años soñaba
despierto e incluso soñaba a soñar. Después procuraba volver a verlos y
observaba con atención la lluvia pero ya no vi esos duendes, aunque tenía la
sensación de que ellos me miraban.
A mis
dieciséis años me di cuenta que esos no eran sueños míos, Sarlos Cantos me habló
de ellos y de la vez que los vio. Era un adulto el que me hablaba, no estaba
jugando conmigo y teniendo el referente de esos hombrecitos de agua comprendí
que era cierto, que los duendes líquidos no eran una alucinación ni un sueño.
Sarlos me contaba que salían a jugar cuando la corriente era fuerte y que él
los había visto y había leído de ellos en algún libro que su mente no le
permitió recordar.
La
gente no los ve, pero yo y Sarlos, además de los que hablaban de ellos en los
libros sabemos que nos observan en las comisuras de la calle cuando llega la
estación lluviosa. Nos miran fijamente queriendo indagar porqué los vemos y los
otros no. Y esperan a que sigamos nuestros caminos, escondiéndose de nosotros y
aguardando salir, porque ahora son más prudentes.
A
veces cuando llueve me aventuro a enfrentar las tormentas y me quedo quieto en
alguna esquina esperando que se forme un caudal. Algunas veces los he visto
surcar las pequeñas olas y entrar y salir del agua como los expertos nadadores
que son. Se han quedado viéndome. No tienen ojos, pero sé que me han visto. Se
detienen y voltean a verme y tras ver mis ojos fijos en ellos vuelven a sus
juegos sin miedo, sabiendo que sólo los observo, que no correré a tocarlos
para terminar con su magia y con su vida que de por si es efímera porque duran
lo que dura una tormenta.
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