Un encuentro inesperado con Borges

por Mauricio Vallejo Márquez

Borges me conocía. O quizá mejor dicho, yo conocía a Jorge Luis Borges. Ese maravilloso escritor que desde la oscuridad de su mirada de luz pronunciaba sílabas tan excelsas. Y yo frente a él apenas podía decirle que me encantaban sus versos, sobre todo el Poema de los dones. Él apenas se inclinaba y con sus manos sobre su bastón apenas dejó que su sonrisa procurara arquearse.
-Sigue... - me dijo.
-Hasta ahí me lo puedo -le contesté
Su sonrisa se pronunció aún más en medio de la penumbra. Ya de por sí la habitación parecía una inmensa sombra en la que apenas me dibujaba. Sólo veía al maestro argentino, su saco, las mangas blancas, su bastón, la corbata impecable y la blancura de su cabello.
-Entonces no lo conoces -rompió el silencio.
Y empecé a revisar en mi memoria los versos y apenas algunos saltaban, no había esa infinita biblioteca ciega para que fuera auscultada en mis ojos sin bastón. Como todo sueño que poco a poco se afirma para luego esfumarse como la neblina. Era la primera vez que soñaba con un escritor, a parte de mi padre.
Mientras Borges con toda su serenidad comenzó a afinar cada palabra con su vos hasta que los completó:
-”Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.

De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden

las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.

De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.

Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.

Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.

Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.

Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.

¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?

Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido”
.

Y tras eso sólo el silencio. A volver a sus libros y volver a esculpir esas maravillosas letras en mi mente por el sólo gusto de conocerlas, repasarlas, pronunciarlas. Hasta que me lo vuelva a encontrar y no me quede en silencio.

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