Al alba
Por Mauricio Vallejo Márquez
Volar de noche es un espectáculo. Uno comparte en la cabina
del avión con mucha gente y se puede decir literalmente que ha dormido con
todos ellos. Los asientos se reclinan y las luces se apagan, comienza la noche
o lo que queda de ella.
Recomiendan cerrar las ventanillas para que la luz no
moleste en el momento en que el sol le
da por dar ese brinco lento hacia el cielo. Pero cuando vuelo de Los
Ángeles a El Salvador, ese tipo de anuncios no existen y en el vuelo puedo observar
ese amanecer con todo lujo de detalle. Logro ver la escala de colores y su
difuminación. Ese maravilloso hilo blanco que se torna amarillo, luego naranja,
violeta y azul negro. Como si fuera una uña que va creciendo hasta que de
pronto llega el día sin remedio.
Hay escarcha en la ventana. Afuera hace frío, pero dentro
del avión no es tanto. Algunos duermen, otros ven películas o escuchan un
concierto, yo he visto un concierto de luces, una danza de colores. Uno de los
mejores espectáculos de mi vida.
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