La pluma, el valor y la guerra

Por Mauricio Vallejo Márquez

Antes de explorar un mundo desconocido debemos de prepararnos, sino podemos perdernos. Eso es lo que nos ha sucedido en la historia de nuestras letras. Se habla mucho de la bibliografía de ibéricos, ingleses, estadounidenses, chinos. De creadores como Homero, Shakespeare, Cervantes, Neruda, García Márquez y de la imprescindible teoría literaria, pero poco se conoce acerca de nuestros prosistas y poetas. Aunque es necesario conocer la literatura universal, primero  debemos comprender la nuestra, la de autores que vivieron por años en este territorio, que hablan nuestro mismo castellano con esos modismos y palabras que nosotros discernimos, y así lograr una mayor dimensión uniendo ambas líneas de estudio. Es fundamental que continuemos explorando para saber  acerca de la tradición literaria en El Salvador, para que seamos parte de ella.
Jaime Suárez Quemaín
Alfonso Hernández
Es curioso que la mayoría de libros didácticos acerca del tema finalizan las crónicas de los literatos nacionales con la generación Comprometida, con la excepción de un par de casos como los libros de Rafael Francisco Góchez, que presenta a varios polígrafos posteriores a los Comprometidos. En artículos sueltos se mencionan algunos autores y se citan sus obras, pero no existe un panorama completo de los creadores cuzcatlecos, quizá por falta de datos o quizá por que la guerra pretendió que se olvidaran. Los pocos volúmenes editados acerca del tema ahondan en Roque Dalton, quien también es parte esencial de nuestros anales, pero dejan de lado a más de una veintena de escritores que le precedieron y que tienen propuestas interesantes. Chema Cuéllar, Ovidio Villafuerte, Suárez Quemaín, Mauricio Vallejo, Lil Milagro, Amada Libertad son nombres que deben estar presentes en nuestros libros, ellos al igual que sus compañeros dejaron una obra que es importante analizar para descubrir cuál es el eslabón que le falta a estas nuevas generaciones de creadores.
Mauricio Vallejo
Hay una deuda con los literatos de la guerra, por ejemplo la generación de 1970 nos mostró que la tradición de denuncia se mantuvo y que la Generación Olvidada no sólo la siguió sino que estos sacrificaron sus vidas por mantener firmes sus ideales para legar una costumbre de lucha más fuerte y que varios de los escritores de 1985 a 1992  compartieron entre la montaña, el fusil y la pluma. Muchos de ellos murieron aún más jóvenes que la Generación Olvidada.
Delfy Góchez

Es penoso que nuestro país no conoce esas historias. Los literatos jóvenes de ese entonces fueron valientes defensores del cambio y talentosos artistas que pudieron llegar lejos en el ámbito de las letras. Tal vez la muerte les impidió concretizar la calidad de sus materiales; sin embargo, los manuscritos y las publicaciones que dejaron son evidencia irrefutable que merecen un nombre en la literatura nacional, no sólo para ser mencionados, también deben ser estudiados. Toda literatura es parte de la historia de los pueblos, es nuestro responsabilidad no olvidar.

Extraído del Suplemento Cultural Tres mil,  Sábado 9 / octubre / 2010

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