Abordo del tren bala

por Mauricio Vallejo Márquez

El tren bala era algo impactante. era largo y con una forma orgánica que me hacía figurar en su cuerpo el rostro de un águila que venía en picada. Lo veía con toda su languitud recorrer a grandes velocidades los rieles dispuestos a lo largo de Asia, mientras el narrador contaba todo acerca de esta hermosa locomotora moderna que pretendía emular la velocidad de una bala o de un avión. Cuando lo veía en los documentales que trasmitía el canal 10, veía lejano y casi imposible ver uno de cerca, ya no se diga subirme a uno.
Pero la vida es extraña y misteriosa, a veces suceden las cosas menos sospechadas. En mi viaje a Taiwán había un trayecto que lo recorrería en un tren bala. ¿Un tren bala? Sí. Era de las cosas que más me emocionaban y creo que llegué a cansar a mi hijo y a las personas a las que les contaba esto. ¿Pero qué podía hacer? Me sentía como un niño al que le dan el regalo que siempre espero. Ahora la figura que vi en mi niñez la podría ver y tocar, y también subir en él.
En la entrada de la estación.
Taipei es una ciudad grande, ordenada y hermosa. Cada parte de ella me parecía un sueño o la elaboración de un esmerado diseñador de ambientes o de un arquitecto, aunado con la colaboración de sus ciudadanos que lograban que se mantuviera limpia y ordenada. Al llegar a la estación todo era así, se combinaba lo tradicional con lo moderno, afuera de la estación había una vieja locomotora que nos hacía recordar de donde venimos. Aunque, en El Salvador los trenes son un recuerdo y el metro un sueño. En cambio acá estaba a unos pasos no sólo de un tren, sino del esperado tren bala.
La estación es inmensa. Recuerdo la Central Camionera de Mexico DF, que aunque es grande, no tiene comparación con esta. Es un centro comercial inmenso, con mares de gente, con pequeños grupos discutiendo sus rutas. Y yo en medio de todo, observando, viendo como la gente camina rápido, cruza, se para. Y algunos ancianos se detienen a leer en las bancas. Los rótulos de neón y las pantallas digitales están en todas partes. La modernidad es protagonista de la espera.
Anuncios de trenes.
Voy rumbo a mi tren. La puntualidad es la regla, así que un retraso equivaldría a un verdadero problema y una segura perdida en la Central de tren de Taipei, en donde los pasillos blancos con sus rieles negros se ven opacados por los rótulos con letras naranjas.
Los trenes están a tiempo. La gente comienza a andar en busca de sus asientos, de su vagón. Y aguarda, hacen colas y luego comienza el rito de buscar asiento y la mejor ventana para los curiosos como yo. Hay dos asientos de cada lado y en el medio un pasillo. Los baños en otro vagón con la leyenda de no fumar en inglés y mandarín. Además de anuncios pidiendo silencio.

Calles de Taiwán.

Las sillas se reclinan. Algunos se disponen a dormir, mientras el tren rompe el viento y llega en 5 minutos a ciudades que están a horas de distancia. Viajo de Taipei a Tainan, una distancia parecida a la que me tocaría de San Salvador a la Frontera de México en 45 minutos, cuando viajar a Guatemala implicará unas 5 horas con mucha suerte. Voy con la boca abierta viendo como pasan de rápido las ciudades, las calles, el campo, el cielo.
Campo de Taiwán.


Y antes de que pueda contar otra cosa estamos en Tainan. Alejados de Taipei gracias a una inmensa flecha que llaman tren bala. Ahora no es sólo el televisor, había recorrido Taiwán en él. ¿Cómo no iba a recordarlo? Tener presente esos rótulos con caracteres chinos, ese espacio que me recordó las naves espaciales, porque me cumplió un deseo de la niñez.

Interior del tren bala.

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