Leer, más que un hábito

por Mauricio Vallejo Márquez

La Biblioteca Nacional está en silencio. No se encuentra silente porque en la sala de estudio haya muchas personas leyendo las páginas de las colecciones, sino porque están vacías. Salvo por algunos jóvenes que buscan algún tema en las enciclopedias. Vacía. Sí, al igual que un buen número de otros lugares para la lectura en nuestro país. Los estudiantes de secundaria, sus mayores usuarios, son enviados a buscar información para una tarea y encuentran en los anaqueles de estas la información para poder realizar sus informes. Estos jóvenes casi nunca indagan por placer los volúmenes, a pesar de todas las riquezas que se encuentran en ellos.
El fenómeno no es exclusivo de estos lugares, existen otras víctimas: los libros. Muchos de ellos yacen olvidados en los rincones de las casas, llenándose de polvo y a veces atacados por las polillas. No es  siempre el caso, pero nos demuestra que la gran mayoría de salvadoreños no tienen la costumbre de leer. Incluso los periódicos no  los leen con atención. Sólo las noticias del momento causan curiosidad, y por ello se ha trabajado el diseño para que se lean los titulares, pies de foto de las notas. Incluso los periodistas usan la fórmula conocida como las 5 “w” para escribir notas.
La gente no lee y es producto de una herencia cultural. Los adultos no le están enseñando a las nuevas  generaciones que gracias a la lectura podemos conocer la historia presente y pasada, que nos puede ayudar a desarrollar nuestras vidas. Olvidan enseñar que para todo lo que hacemos necesitamos leer, porque cuando no lo hacemos  somos vulnerables; como la población analfabeta que desconoce cómo se escribe su nombre y  lo que le podrían hacer firmar. En las profesiones (abogados, médicos, psicólogos, administradores) se debe estudiar mucho material, así que es necesario leer si se busca la excelencia. De igual forma al tener una creencia religiosa, aumentamos nuestra fe por la lectura como lo cita el apóstol Pablo en sus cartas.
Leer resulta una tortura para muchos. No porque en realidad lo sea, si no porque la gente aún no ha descubierto la ventaja que este hábito proporciona y, lamentablemente, no lo descubrirá mientras no exista alguien que  guíe o desee cambiar de actitud frente a la lectura.

Inculcar la lectura
En el colegio donde estudié mi primaria las autoridades nos inculcaron el gusto por los libros. Una vez por semana visitábamos la biblioteca y escogíamos entre las colecciones que los profesores ya habían preseleccionado para nosotros. Los títulos variaban, no siempre eran los que la mayoría de niños conoce. Sin embargo, a pesar de que eran dirigidos para enriquecernos nunca fueron los clásicos originales, sino versiones adaptadas o resumidas. Tuve que esperar varios años para leer el original de Pushkin: La princesa y los siete paladines y no la versión moderna que muchos conocemos como Blanca Nieves y los siete enanos.
Aunque los maestros cumplían con su intención de habituarnos a los libros, en pocos de mis excompañeros aprecié la maravillosa adicción a las obras literarias. Incluso se hablaba de «lo aburrido» que era leer las obras del plan de educación.
Con los años observé mermar las visitas a la biblioteca, la cual nos censuraba la posibilidad de escoger otros libros, incluso para niños, mientras no fueran las obras recomendadas. Y tenían razón, no me imagino en esos años leyendo El Decameron o La Filosofía en el Tocador. La última vez que visité esa sala de lectura la encargada me negó unas historietas de Ásterix aduciendo que no eran para mi edad (en ese entonces tenía once años), algo que sería impensable en Francia, puesto que el personaje es para niños. Desde entonces me conforme con los libros del plan de educación y los que estaban disponibles en mi casa. Después tuve que cambiarme de colegio y allí la biblioteca era un salón espacioso que aprisionaba una reducida cantidad de libros, visitados por raras personas, sin incluir a la gente que llegaba a sacar fotocopias. El resto llegaba al lugar para una reunión de clubes o para conversar porque lo utilizaban como salón de usos múltiples, mientras los anaqueles en los que figuraban Biblias, El Quijote y otras obras (que de seguro aún están empolvándose) eran olvidados entre unos barrotes que simulaban una celda.
La gran mayoría de salvadoreños no visita una biblioteca por placer, los que acuden a ellas es porque deben  realizar una tarea de la escuela o de la universidad. Los que gustamos de pasar las horas con un libro frente a nuestros ojos somos vistos como extraños por el resto.
Leer no sirve sólo para entretener, también para educar. Pero algunos creen que es una perdida de tiempo. En el campo algunos padres prefieren que sus hijos trabajen y no  estudien, entre tanto en las ciudades el problema es que no les inculcan que el conocimiento que adquieren les agrega un poco más a la vida. Y es una responsabilidad que comparten los maestros, preparar a sus estudiantes para el futuro y mostrarles que gracias a los libros mejoramos nuestra redacción, conocemos palabras nuevas, aprendemos historia, descubrimos datos y nos damos cuenta que el mundo tiene los límites que nosotros le pongamos y no los que creíamos que tenía. Esto sin enumerar la gran cantidad de beneficios que nos trae el conocimiento.
En mucha de nuestra gente está ausente el deseo de leer. De mis conocidos apenas un tres por ciento lee un promedio de cinco libros al año, y estos no representan ni siquiera el 0.01 por ciento de la población de El Salvador; mientras que en Japón, de diez personas, nueve leen el periódico, además se estima que leen 47 libros al año. Muchos alegan que sólo se trata de historietas de animé. Los japoneses no sólo leen esto, sino también literatura, tecnología y ciencia. Es una nación amante de las bellas artes y de la sabiduría. Logramos ver reflejados esos conocimientos en el desarrollo  económico, tecnológico y científico de su nación.
Alberto Masferrer.
Incluso naciones más cercanas como la mexicana, la mayoría de sus ciudadanos leen un total de 2.5 libros al año que puede variar en temas como la auto superación, la ciencia y la literatura. No es raro observar más de una persona leyendo en sus plazas, visitando a los libreros y los puestos de revistas. Deteniéndose por horas a hojear el contenido de las ediciones. Mientras que en Argentina sus ciudadanos leen  3.5 libros en seis meses, muestra una considerable ventaja frente a  El Salvador en donde ni siquiera existen datos acerca del tema.
Estas naciones tienen más hábito de la lectura  que nuestra nación y producto de ello es que también poseen un activismo y participación en los acontecimientos sociales, además tienen más escritores de renombre que nuestro país, a pesar que aquí también tenemos estupendos autores que por  la falta del hábito de la lectura no son conocidos.
Los países desarrollados tienen altos índices de lectores, conocen bastante más su historia y han leído a los más importantes autores de cada país. ¿Será por esta razón que estos llegan a alcanzar el desarrollo? Sí, una nación instruida es una nación que avanza y cumple sus objetivos, deja de lado la mediocridad, algo que nosotros aún no hemos logrado. Alberto Masferrer trató el tema, antes de 1930, en su ensayo Leer y escribir, y a pesar que han pasado 80 años, no se ha logrado modificar la ausencia del hábito de la lectura, incluso ha empeorado y si permitimos que las personas lean cada vez menos, es seguro que en el futuro serán menos participativas. Así que tomemos un libro y forjemos un futuro con más imaginación.

Extraído del Suplemento Cultural Tres mil, sábado 16 / octubre / 2010

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