El paso de las horas
Por Mauricio Vallejo Márquez
Mis amigos, con los que oramos
por caminos dispersos y extraños,
desde la hierba hasta Dios
se han lanzado al vacío
y no han vuelto,
y jamás regresaron.
Los altares gigantescos vestidos de monte
van bajando su estatura,
aquellas ancianas de bravío talante
se han puesto a navegar bajo tierra.
Los relojes llenos de su inmortal tictac verdugo,
llamados en las líneas de las manos
se han lanzado al vacío
y no han vuelto,
y jamás regresaron.
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