Los insectos y sus escenarios


Por Mauricio Vallejo Márquez

Despertar y verse frente al espejo convertido en un insecto debe ser algo atroz. Sobre todo en la cotidianidad de la vida cuando múltiples personajes deambulan así por las calles, en los trabajos, en el tráfico vehicular y los buses. Sintiéndose casi nada o sin percatarse que lo son. Muchos podrían compararse a cucarachas, rondando los desperdicios en las cocinas, anidando en el tanque de agua de los excusados. De diferentes tamaños, unos grandotes y duros, otros chiquitos e insignificantes, pero todos coleópteros cuyo único motivo para vivir es sobrevivir.
Existe otro grupo que en apariencia puede ser más delicado, el escarabajo, pero tiene un más oscuro significado en la vida, elaborar bolas de pupú que atesoran en sus casas y no pueden vivir sin ellas y las coleccionan e incluso las heredan.
Podemos mencionar un sinfín de insectos como las trabajadoras hormigas, que se desviven laborando durante el día, la noche. Construyendo majestuosos hormigueros que a la postre resultan imperiales sitios o arena aplastada por una bota.
También tenemos a los artísticos grillos que endulzan las noches con sus violines. Con maravillosas danzas en sus saltos y su grácil postura
Y los chupadores de sangre que se dividen en dos clases: los zancudos (mosquitos) que viven para chupar sangre, transmitir dengue, malaria y otras enfermedades que son vulnerables a la luz del día, pero muy molestos por las noches; y las chinches que no gustosas con picar defecan en la herida provocando algunas el mal de Chagas. Esas habitan alto e incluso escondidas, en lugares que no alcanzamos a ver, a menos que la fortuna nos haga cruzarnos con alguna.
Los insectos habitan en innumerables escenarios, algunos grillos viven en La Mancha, otros en Utopía y así todo depende del cuento. Algunos residen en mundos obtusos que no pueden explicar, pues viven para comer, reproducirse, defecar y morir. Algunos para comprar DVDs, otros para beber cerveza. Cada uno tiene algo que hacer y donde estar. Nadie se libra de ese destino. Algunos tienen más suerte y viven en sus propios mundos anhelando que los días no terminen o resignados porque todo debe acabar. Pero no hay nada peor que, además de ser Gregorio Samsa, nos toque vivir en Comala. Aunque aún así queda la esperanza de que los insectos habitarán el mundo aunque hayan guerras nucleares.

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